Narciso es un personaje de la mitología griega que fue castigado por la diosa Némesis, quien lo obligó a
enamorarse de su propio reflejo.
¿Acaso el arte no es el reflejo de la belleza, fuerza, ira y precisión del artista?.
En la escritura todo es posible,
pero en el teatro es donde lo imposible se materializa y se convierte en algo verosímil.
¿Un artista puede enamorarse, incluso obsesionarse, de su obra?
La obra comienza con una explicación: “Es un relato que estoy escribiendo para Cristian. Me gustaría que él lo representara. Les propongo hacerlo el año que viene, que Boris lo dirija. Lo estrenamos en México, lee Magaloni, desde su teléfono celular. Se trata de un mensaje que Sergio Blanco le envió desde Liubliana, capital de Eslovenia. Luego, Magaloni aclara que él no es un actor, sino que se encargará de representar a Sergio Blanco (aquí la autoficción) durante su semana en la capital eslovena. “Esto es un relato, y como todo relato, va a ir avanzando de manera progresiva a lo largo de hora y media”, acota.
Sergio Blanco es un dramaturgo y director teatral francouruguayo. Sus obras han sido representadas y galardonadas en varios países, entre ellas Tebas Land, Kasandra, las que, luego la primera temporada de La ira de Narciso en el 2021, tuvimos oportunidad de ver y tener una mejor comprensión de la principal caracteriza de su obra: la exploración y desarrollo teórico del género literario de la autoficción en el teatro.
Estudió Filología Clásica y Dirección Teatral, en la Comédie-Française. Su primera obra fue La vigilia de los aceros o la Discordia de los Labdácidas (1998). En 2008, con la escritura de Kassandra, un monólogo teatral protagonizado por el personaje mítico de Casandra, inauguró su investigación artística sobre la autoficción, que fue desarrollando con obras como Tebas Land (2012), Ostia (2015), La ira de Narciso (2015), Cartografía de una desaparición (2017) o El bramido de Düsseldorf (2017).
Sus obras han sido traducidas y representadas en numerosos países, entre ellos Uruguay, España, Argentina, Brasil, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y México.
En 2014, el Instituto de Artes Escénicas de Uruguay le confió la dirección de una investigación de un año que giró en torno a la autoficción. Sobre este tema escribió Autoficción. Una ingeniería del yo. Punto de Vista Editores. Madrid, 2018.
Siguiendo la línea de autoficción, su texto La ira de Narciso, es un monólogo en primera persona que relata la estadía del autor en la ciudad de Liubliana, teniendo como único escenario la habitación 228 del hotel en donde el autor se encuentra alojado, el texto narra los últimos preparativos de dicha conferencia.
Sergio, profesor de Filología, es invitado a una universidad en Liubliana, capital de Eslovenia, donde ofrecerá una ponencia sobre el mito de Narciso y su relación con la creación artística. Una vez instalado en el hotel, se encuentra con una habitación con manchas de sangre en la alfombra. Ante la intriga, se propone descubrir qué ocurrió. Mientras indaga, también cuenta lo que ha vivido durante una semana en la ciudad.
El filólogo critica la banalidad de los hombres modernos y su ignorancia hacia los temas estéticos, políticos y sociales más importantes.
Al observar la mancha roja, comienzan los movimientos corporales poéticos del personaje; recurrentes durante la obra, que ofrecen una mirada, sobre lo que pasa por la mente del escritor durante su estadía.
Todo se complica cuando recibe una llamada de Igor, un joven actor porno, que desea tener un encuentro sexual con el filólogo, de nuevo, los movimientos del personaje juegan con las imágenes de un joven desnudo para causar en el espectador las más provocativas sensaciones. Este tipo de encuentro sucede múltiples veces durante la obra: es una pasión que podría terminar en obsesión. También las llamadas que hace a su país, para platicar con su madre, víctima de Alzheimer.
Los hechos, a modo de un relato, se acumulan y progresan. Con varias capas de lectura, la obra funciona como una historia que un actor le cuenta a quienes lo escuchan, en el hecho vivo e irrepetible que es el teatro. Una forma de salirse de sí mismo para encontrarse con otras miradas. Un intento de suspender el tiempo y convertir la vida de todos los días en algo trascendental.
La ira de Narciso, es una suerte de thriller en tiempo presente, con, como el título mexicano a la extraordinaria Thelma & Louise, de Ridley Scott, Un final inesperado, que, con la brillante actuación de Cristian Magaloni y dirección de Boris Schoemann sorprenden con la frialdad con la que Blanco relata su experiencia casi quirúrgica de este apasionante experimento especulativo que pone en jaque la credulidad del espectador. Para ello es necesaria la complicidad de un actor dúctil y maleable como Magaloni, que pueda desdoblarse y ser víctima y victimario, capaz de tomarse todas las distancias, su trabajo está cargado de fuerte sensibilidad y maleabilidad creativa.
Si algo domina Schoemann es la dirección de actores, en este caso toda la presión recae en Cristian Magaloni al ser un unipersonal, quien realiza una actuación soberbia, su creación, incluye el desdoblamiento en distintos personajes, incluyendo la primera persona, es brillante y de enorme potencia e impacto. Una obra intensa y provocadora sobre la soledad, la creación, la sexualidad, la muerte y el lenguaje.
Los personajes que simulan ser “reales” sólo son caminos de una pieza única, ambiciosa, y con un estilo muy marcado que va más allá que cualquier otra. Magaloni cautiva al público transmitiendo emoción y compromiso, se mueve como si realmente él fuera el autor de la obra. Pasa por un sinfín de emociones, tristeza, alegría, pasión. Toca temas como la soledad, la sexualidad, la desesperanza y la adicción. El dramaturgo y actor se entregan al exhibicionismo para convertir al público en una especie de voyeur. Aplausos para Magaloni, quien presta su voz, su cuerpo y su memoria al protagonista de este texto inquietante, de rara belleza.
Sergio Blanco es unos de los grandes dramaturgos vivos, no solo de la lengua hispana. En sus últimas obras ha llevado a cabo una auténtica investigación artística en torno a la autoficción teatral, una posibilidad problemática que ha acertado a resolver con profundidad, brillantez y originalidad incomparables. La ira de Narciso, que bien se puede calificar de thriller porno intelectual, es, hasta el momento, la culminación de ese proceso que abre como una puerta Kassandra y continúa la espléndida Tebas Land, autoficción plena. Cuesta creer que se pueda llegar más lejos.
Cristian Magaloni es un sólido actor, docente y director, que ha trabajado en cine teatro y televisión tanto en México como en España. Como actor en teatro ha participado en montajes de directores como Juan Carlos Corazza, David Gaitán, Boris Schoemann, Lorena Maza, Diego del Río y Ricardo Rodríguez entre otros.
Como director de teatro sus obras han sido muy reconocidas por el público y la crítica, como es el caso de Los ojos de Pablo Messiez, o Hay un lobo que se come al sol todos los inviernos de Gibrán Portela, El viento en un violín de Claudio Tolcachir, o Esto no es Hedda GablerAdaptación libre de Hedda Gabler de Henrik Ibsen por Ana Mancera y Joseph Mustri. Dirige la compañía Teatro en una Cáscara de Nuez la cual durante, 2019 obtuvo cinco nominaciones a los premios ACTP.
Para entender lo que sucedió durante aquella semana en Eslovenia, es vital ver la obra y prestar atención a todo lo que el actor dice. Las pistas están en las palabras. “En la escritura todo se puede”, dice el filólogo.
El teatro es de todos. ¡Asista!
Absolutamente recomendable. Imperdible.
La ira de Narciso. De: Sergio Blanco.
Dirección: Boris Schoemann.
Compañías: Los endebles y Teatro en una cascara de nuez.
Actuación: Cristian Magaloni.
Marte y miércoles 20 horas. Hasta el 31 de agosto.
Teatro La Capilla. Calle Madrid 13, Colonia del Carmen, Coyoacán.
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