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Metáfora del fin del poder. Texto y fotos: Salvador Perches Galván.



Una de las expresiones más usadas es: “no tengo tiempo”, especialmente cuando se trata de atender algo particularmente desagradable o molesto. Sin embargo, en este mundo lleno de incertidumbre hay una cita ineludible a la que acudiremos todos, sin la menor duda. De esto habla El rey se muere, de Eugène Ionesco, que se presenta en una muy breve temporada en el Teatro El Milagro. Una de las metáforas dramáticas más profundas e implacables sobre la muerte que ha producido el teatro.

La obra nos recuerda que, igual que vinimos a este mundo, así lo habremos de dejar. Y para eso ¿quién está preparado?

Eugène Ionesco nació en la localidad rumana de Slatina en 1912. Antiguo fascista exiliado en Francia, intentó sobrevivir como poeta surrealista, hasta dedicarse al teatro. Autor marginal, representa sus obras en pequeñas salas del barrio latino, hasta que en los años cincuenta se da a conocer como uno de los principales escritores del teatro del absurdo, al lado de dramaturgos como Samuel Beckett o Fernando Arrabal.

De padre rumano y madre francesa, su infancia transcurrió en París. Reclamado por su padre, regresó a los trece años a Rumania, donde realizó estudios y trabajos diversos y permaneció hasta 1938, cuando regresó a París. Inició su actividad periodística en diversos medios rumanos y provocó, en 1934, un fuerte escándalo por su ataque sarcástico a los valores establecidos en la literatura rumana.

Volvió a su país tras declararse la Segunda Guerra Mundial, pero regresó a Francia (Marsella) en 1942 y fue agregado cultural de Rumania en Vichy. Acabada la guerra y de nuevo en París, trabajó como corrector de pruebas y traductor. En 1950 se representó su primera obra, El Juego, que pese a no ser un éxito le granjeó la amistad de intelectuales como André Breton, Luis Buñuel, Mircea Eliade, Raymond Queneau y otros.

En 1970 fue elegido miembro de la Academia Francesa y obtuvo diversos premios literarios, que en adelante serían frecuentes, como sería frenética también su actividad en defensa de sus convicciones intelectuales y artísticas por toda Europa y América hasta el momento de su muerte.

Nacido desde un trasfondo pesimista, el teatro del absurdo pretende poner de manifiesto la futilidad de la existencia humana en un mundo impredecible, junto con la imposibilidad de verdadera comunicación entre las personas; con todo, la obra de Ionesco no está exenta de humor y de sentido de la humanidad. Entre las técnicas propias de su dramaturgia figuran el non sense (juegos verbales sin sentido o sin sentido aparente), la creación de ambientes sofocantes y las situaciones carentes de lógica con el fin de resaltar el extrañamiento y la alienación; en todo caso, su principio esencial es subvertir los procedimientos de transposición literal de la realidad.

La producción teatral de Ionesco es muy amplia, y entre sus principales piezas se cuentan La cantante calva(1950), una sátira fundada en la vida cotidiana; La lección (1950), acerca de un profesor que asesina a sus alumnos; Las sillas (1952), donde los personajes hablan con seres que no existen; Amadeo o cómo salir del paso (1953), una parábola contra el matrimonio, y El nuevo inquilino (1956).

El rinoceronte (1959) es seguramente su obra más conocida; en ella, ante la resistencia y el asombro del protagonista, los habitantes de una villa se convierten en rinocerontes. Otras obras dramáticas suyas son La sed y el hambre (1964) y El rey se muere (1962). Escribió también abundantes textos sobre teatro, libros de memorias y una novela, El solitario (1974).

Ionesco fue uno de los dramaturgos más singulares, innovadores e inquietantes del siglo XX, de un humor mordaz y agudo, que consiguió trasladar al medio escénico las técnicas expresivas procedentes del surrealismo. Abrió nuevos caminos al teatro en una sociedad fragmentada y progresivamente dividida, caminos que han sido seguidos por otros autores. Sus aportaciones a lo largo de medio siglo son transcendentales, aunque aún no sean apreciadas en su justa medida.

Todas y todos somos reyes de nuestro propio imperio, nuestro cuerpo, y la piel es la frontera de nuestro ser en el tiempo. Morir, en este sentido, es un espectáculo trágico, pero visto con distancia y mediante los poderes del teatro de Eugène Ionesco, el absurdo da lugar a la risa. El telón caerá para Berenguer II. Sin embargo, en el transcurso del viaje se ríe, hay amor y pasiones, poder y rapacidad política. En este espectáculo conviven el francés y el español, y el espectador entiende todo, además de entender, de raíz, el motivo del experimento: aquí y en China podríamos reír trágicamente de aquello que Ionesco escribió en su Diario a propósito de El rey se muere: “Diez minutos más, señor verdugo; un minuto más señor verdugo, treinta segundos más”. Para eso, ¿quién está preparado?

A la obra puede considerársele una metáfora del fin del poder, del absurdo de un gobernante con toda la autoridad y prepotencia del mundo, al que ya no le sirve de nada cuando se enfrenta a la muerte. Juliana Faesler y Clarissa Malheiros llevan a escena la obra hace una década.

En la obra, el fatuo rey Berenguer, (Denis Lavant), aparece en bata, báculo y pantuflas, el monarca de una corte que se creía atemporal, recibe la noticia de que va a morir. Asiste así a los últimos momentos de su vida junto a su primera esposa, Margarita (la infalible Laura Almela), haciendo de guía con el médico (Pedro Mira) del futuro difunto, y su segunda esposa, la reina María (Anaïs Umano) ambas vestidas de luto.

El rey muere es la crónica de una muerte anunciada. Todos lo saben, pero él no quiere creerlo. Piensa que es una pesadilla y duda que ese momento esté cerca, por lo que no deja de dar órdenes con la soberbia de quien piensa que controla todo. A lo largo de la obra el rey pasa de la rebeldía a la aceptación, y de la inquietud a la impotencia mientras se prepara para una batalla perdida, ya que su muerte está escrita al final de la obra, por lo que no queda más que un ′tremendo dolor por la propia desaparición′.

Ionesco escribió más de treinta obras hasta su muerte en París en 1994. Ingresó como miembro de la Academia francesa por esta obra de 1962.

El rey se muere ha sido puesta en escena por maestros como Bergman o Welles.

En la obra original, el rey muerto se queda en su trono, desapareciendo poco a poco, muy similar a la propuesta del siempre eficaz Olguín, y con él, las paredes, las puertas, todo lo material zozobra ante la bruma de una luz gris, que podría ser la nada. El rey se muere es una alegoría sobre la soledad del ser humano enfrentado a este último trance.

Adscrita al teatro del absurdo, caracterizado por tener tramas que parecen carecer de significado, diálogos repetitivos y falta de secuencia dramática que a menudo crean una atmósfera onírica; se pueden detectar rasgos existencialistas donde se cuestiona la sociedad y al ser humano. Escrita en 1962, El rey se muere no es la excepción, sobre todo porque es uno de los máximos representantes de este tipo de teatro.

Todo el reino sabe el inminente deceso, pero el rey Berenguer no lo quiere aceptar, se cree dios y tras una vida de excesos, estos le cobran factura, el rey reacciona primero con burla ante el anuncio de su propia muerte, duda de la veracidad de la misma; pero la rechaza y comienza a sufrir ante la cercana muerte, deseando que todo sea una pesadilla. Por un momento se rinde, pero se revela ante la muerte, poco a poco sus sentidos lo van abandonando, hasta que la realidad de la vigilia se aleja.

El rey se muere es una alegoría sobre la tiranía, el ego y soledad del ser humano confrontada a la muerte que a todos nos espera. La metáfora de que la muerte es el fin, el proceso donde todo acaba, y, abordada desde la perspectiva del que muere, concibiendo cómo el entorno, las personas que lo rodean, y el propio cuerpo, van desapareciendo para dejar de existir.

Berenguer ha convertido al país, otrora poderoso, en un imperio tristemente encogido, en ruinas y abandonado. La angustia existencial que le causa la proximidad de la muerte obliga a este Hombre-Rey-Dios a pedir ayuda al pueblo: pedido que fracasa rotundamente, y lo lleva a refugiarse en el auxilio de creencias más antiguas, como el sol y los muertos… aunque ni estos pueden salvarlo del hecho consumado.

Ionesco expone su visión filosófica política acerca del hombre mortal convertido en autoridad máxima de cualquier sistema, y sus riesgos.

Convergen en la puesta en escena una poética grandiosa, de un lenguaje de innegable intensidad emocional, pese, o tal vez, gracias a la versión bilingüe, franco-hispana, que ofrece la excelente compañía comandada por David Olguín.

El rey se muere se muestra como el más grande y contundente poema dramático escrito sobre el propio morir. La escritura de Ionesco bebe en el surrealismo y sus fuentes oníricas, abriendo cauces inesperados a la percepción de lo real, a la libre capacidad asociativa del espectador.

La increíble densidad de las situaciones que vive el rey muriente, tiene más acentos de sueño que de vigilia.

Nuestro Berenguer, vive su morir soñándose monarca de un reino de pacotilla, roído por la desidia y el desastre económico y humano, entre conferencias mañaneras, regalando dinero al por mayor, megalomanía y engaño. Berenguer es, hasta casi el final, presa del ego más terrible, y sólo la ayuda de Margarita le facilitará la aceptación y el desapego.

Tal vez podría encontrarse una posibilidad de paz, entendiendo que atacar o destruir al otro, a los otros, no es sino una expresión de nuestro miedo a la desaparición, a ser destruidos. Quizás la reflexión sobre nuestra propia muerte aliviara la tendencia destructora hacia nuestro alrededor. El extraordinario valor del texto de Ionesco como reflexión sobre el morir, alcanza a la generalidad, a la humanidad del siglo XXI, cosida de miedos y apegos.


El teatro es de todos. ¡Asista!


Absolutamente recomendable.


El rey se muere de Eugène Ionesco

Una co-producción de Compañía Comala y Teatro El Milagro

Adaptación y dirección: David Olguín

Con: Laura Almela, Anaïs Umano, Denis Lavant, Pedro Mira.

Producción general: Fernando Valenzuela

Escenografía e iluminación: Gabriel Pascal

Vestuario: Laura Rosas

Musicalización: Rodrigo Espinoza

Martes, miércoles, jueves y viernes 20 horas. Sábado 18 y 20:30, domingo 18 horas. Hasta el 4 de noviembre.

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